Unos minutos con Dios.
Empezamos la oración de la mañana en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia:
Primera lectura de 1ra de Tesalonicenses 2, 9-13
Hermanos: Sin duda se acuerdan de nuestros esfuerzos y fatigas, pues, trabajando de día y de noche, a fin de no ser una carga para nadie, les hemos predicado el Evangelio de Dios.
Ustedes son testigos y Dios también lo es, de la forma tan santa, justa e irreprochable como nos hemos portado con ustedes, los creyentes. Como bien lo saben, a cada uno de ustedes lo hemos exhortado con palabras suaves y enérgicas, como lo hace un padre con sus hijos, a vivir de una manera digna de Dios, que los ha llamado a su Reino y a su gloria.
Ahora damos gracias a Dios continuamente, porque al recibir ustedes la palabra que les hemos predicado, la aceptaron, no como palabra humana, sino como lo que realmente es: palabra de Dios, que sigue actuando en ustedes, los creyentes.
Oración, dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo, de corazón a Corazón, intercede por tu familia...
Señor, ayúdanos a trabajar por nosotros y tu Reino, ayúdanos a servir a tu pueblo y no servirnos de él, porque sin merecerlo nos has dado vida nueva en ti, que de esa manera podamos llevarla a los demás. Amen.
Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: “No endurezcáis el corazón” (cf. Sal 94,9).
Padre Nuestro, que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu Reino,
hágase tu Voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
así como nosotros perdonamos
a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén
Para Lectura Espiritual
La Palabra de Dios viene a nosotros en la forma débil de una palabra de hombre: un humilde tejedor de tiendas, un profeta incomprendido objeto de burlas y perseguido por sus mismos hermanos, por los hermanos de su pueblo. Una palabra que interpela, pero que deja libre de acoger y reconocer la manifestación de Dios para nosotros.
Cuando alguien acoge la palabra del profeta, ésta obra como lo que verdaderamente es: Palabra de Dios, capaz de hacer volver a la vida, de transformar los huesos secos en carne viva, de volver a dar forma y dignidad allí donde el hombre ha perdido el sentido y la dirección de su propia existencia. Así es la palabra de Pablo para los cristianos de Tesalónica, y su vida es testimonio de una existencia llevada a cabo según el Evangelio.
El fragmento de Mateo presenta, en cambio, la condición de los que se niegan a dejarse interrogar por la Palabra. Éstos son como aquellos sepulcros: están cerrados, perfectamente sellados y en su sitio, y hasta pueden suscitar admiración con su aspecto imponente. De este modo, no sale la podredumbre, pero al precio de no dejar entrar la vida en ellos, para transformar, para cambiar. Son sepulcros y nada más, osarios sin futuro, sin esperanza.