Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

November 2, 2019

Unos minutos con Dios.

Creemos por fe que la muerte no es el final de la existencia humana, sino la entrada en una condición de vida nueva y definitiva: en Dios y ¡unto con todos los redimidos. La realidad de la comunión de los santos nos da la certeza de que los hermanos todavía no purificados del todo pueden recibir ayuda y consuelo por medio de nuestra oración. Por eso la Iglesia, acogiendo una antigua tradición monástica, ha dedicado un día entero a la oración de sufragio por los fieles difuntos, fijando su fecha en el 2 de noviembre, inmediatamente después de la fiesta de Todos los santos. Empezamos la oración de la mañana en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia: Libro de la Sabiduría 3,1-9. Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento. Los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia y su salida de entre nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en paz. La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo, pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad. Después de breves sufrimientos recibirán una abundante recompensa, pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable. En el día del juicio brillarán los justos como chispas que se propagan en un cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor reinará eternamente sobre ellos. Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos. Salmo 22, 1-3. 4. 5. 6 R. El Señor es mi pastor, nada me faltará. El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. Por ser un Dios fiel a sus promesas, Me guía por el sendero recto R. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Tú mismo preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. R. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término. R. El Señor es mi pastor, nada me faltará. Carta de San Pablo a los Romanos 6,3-9. Hermanos: Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a él en su muerte. En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Porque, si hemos estado íntimamente unidos a él por una muerte semejante a la suya, también lo estaremos en su resurrección. Sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado quedara destruido, a fin de que ya no sirvamos al pecado, pues el que ha muerto queda libre del pecado. Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca. La muerte ya no tiene dominio sobre él. Evangelio según San Juan 6, 37-40 En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’. Oración, dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo, de corazón a Corazón, intercede por tu familia……..

Dios de misericordia y amor, ponemos en tus manos amorosas a nuestros hermanos y hermanas que has llamado de esta vida a tu presencia. En esta vida les demostraste tu gran amor, y ahora que ya están libres de toda preocupación concédeles pasar con seguridad las puertas de la muerte y gozar de la luz y la paz eterna. Habiendo terminado su vida terrena recíbelos en el paraíso, en donde ya no habrá tristeza ni dolor, sino únicamente felicidad y alegría con Jesús, tu Hijo, y con el Espíritu Santo, para siempre. Amén

Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy. Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vengan, benditos de mi Padre, dice el Señor; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.» (Mt 25, 34) Amén Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén

Para la Lectura Espiritual

Ante esta realidad, el ser humano de toda época busca una rendija de luz que permita esperar, que hable aún de vida, y también la visita a las tumbas expresa este deseo. ¿Pero cómo respondemos los cristianos a la cuestión de la muerte? Respondemos con la fe en Dios, con una mirada de sólida esperanza que se funda en la muerte y resurrección de Jesucristo. Entonces la muerte se abre a la vida, a la vida eterna, que no es un infinito duplicado del tiempo presente, sino algo completamente nuevo. La fe nos dice que la verdadera inmortalidad a la que aspiramos no es una idea, un concepto, sino una relación de comunión plena con el Dios vivo: es estar en sus manos, en su amor, y transformarnos en Él en una sola cosa con todos los hermanos y hermanas que Él ha creado y redimido, con toda la creación. Nuestra esperanza entonces descansa en el amor de Dios que resplandece en la Cruz de Cristo y que hace que resuenen en el corazón las palabras de Jesús al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Esta es la vida que alcanza su plenitud: la vida en Dios; una vida que ahora sólo podemos entrever como se vislumbra el cielo sereno a través de la bruma. Benedicto XVI 3 de noviembre de 2012

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