Querida familia,
Todos sabemos que el año litúrgico empieza con el tiempo de Adviento.
Hagamos una breve meditación sobre lo que esto significa para nuestras vidas personales. Cada año, al recorrer el camino de este tiempo litúrgico “fuerte”, entramos en comunión con el Señor en la triple dimensión. Nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro.
- Recordar el pasado: Celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su primera venida.
- Vivir el presente: Se trata de vivir en el presente de nuestra vida diaria la "presencia de Jesucristo" en nosotros y, por nosotros, en el mundo. Jesús se nos entrega por los santos Sacramentos de nuestra Iglesia. Esto nos ayuda a vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y en el amor.
- Preparar el futuro: Se trata de prepararnos para la Parusía o segunda venida de Jesucristo en la "majestad de su gloria". Entonces vendrá como Señor y como Juez de todas las naciones, y premiará con el Cielo a los que han creído en Él; vivido como hijos fieles del Padre y hermanos buenos de los demás. Esperamos su venida gloriosa que nos traerá la salvación y la vida eterna sin sufrimientos.
Y sin embargo no deberíamos tener nunca la sensación que el año litúrgico sea una repetición; como una especie de círculo cerrado, como una eterna y monótona repetición de celebraciones. El tiempo está abierto hacia el futuro, como quien va hacia la cima de una montaña. Es tiempo nuevo que nos ofrece la posibilidad de vivir en salvación el momento presente de nuestra historia. Por eso la Iglesia celebra el Adviento con una atención esmerada.
Sabemos que la celebración litúrgica de Adviento, como espera del Señor, es la tradición de la Iglesia que nos hace remontar a los primeros días de la Iglesia apostólica. Hay una palabra que hace de puente entre el ayer y el hoy, y nos proyecta hacia el futuro. Es la palabra "Maranatha".
Esta expresión, conservada casi como una reliquia en la misma lengua materna de Jesús, resonaba en las asambleas primitivas como resuena hoy en nuestro Adviento. Y puede y debe convertirse para nosotros es una fórmula para la "oración del corazón", como una invocación que se hace con el latido del corazón y el ritmo respiratorio, como para entrar Significa: "Ven, Señor", como en las últimas palabras del Apocalipsis: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20; Cfr. 1 Cor 16,22).
Por eso, cuanto más real es su presencia en la Iglesia, como en la celebración eucarística, más imperioso se hace el deseo de la presencia sin velos, de la manifestación definitiva. Y por eso aclamamos: "Ven, Señor, Jesús".
Entonces comprenderemos que ya estaba con nosotros, que está con nosotros, que vendrá por nosotros. Y ahora nos invita a que para siempre estemos con El.
Esta experiencia primitiva de la espera impaciente del retorno del Señor que nace de la Pascua, es fundamento de nuestra celebración actual del Adviento, es como una prolongación de la invocación del Padre nuestro: "Venga a nosotros tu Reino", la esperanza de la definitiva venida del Señor. Por estas razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre".
Entre el pasado y el futuro ¿cuál puede ser el significado del Adviento litúrgico para la vida de la Iglesia? ¿Cómo enriquecer el Adviento con nuestra propia experiencia espiritual y social? Adviento, como Cuaresma, es un tiempo para hacer un alto en el caminar de nuestra vida, un tiempo ideal para un auto examen de conciencia, un tiempo propicio para el arrepentimiento y el cambio.
Ante todo, la Iglesia tiene la clara conciencia de ser en este mundo la presencia inicial del Reino de Dios, pero ora y trabaja para que el Reino se manifieste en toda su plenitud. Por eso cuanto más precaria se hace la seguridad de los hombres tanto más fuerte y responsable se hace la esperanza de la Iglesia y su misión.
El Cardenal H. J. Newman ha expresado muy bien el sentido personal del Adviento en una homilía de la que destacamos estas expresiones: "¿Sabéis lo que significa esperar a un amigo, esperar que llegue y ver que tarda? ¿Sabéis lo que significa estar en ansia cuando una cosa podría ocurrir y no acaece, o estar a la espera de algún acontecimiento importante que os hace latir el corazón cuando os lo recuerdan y al que pensáis cada mañana desde que abrís los ojos? ¿Sabéis lo que es tener un amigo lejos, esperar sus noticias y preguntaros cada día qué estará haciendo en ese momento o si se encontrará bien?... Velar en espera de Cristo es un sentimiento que se parece a todos estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo pueden ser semejantes a los del otro mundo".
Se espera lo que se desea. Se desea aquello que se necesita. ¿Cómo podemos decir que esperamos al Señor si no lo deseamos, o que lo deseamos si no sentimos necesidad de su presencia? Sin deseo, no hay esperanza, sin necesidad no hay deseo. Y sin estas componentes de la espiritualidad del Adviento, la oración del deseo y de la esperanza pierde su verdad y su fuerza expresiva.
No hay Adviento donde no hay deseo y necesidad de presencia y de salvación. Por eso la materia prima del tiempo litúrgico de la espera y la esperanza, a nivel personal. Por eso la oración que resume la espiritualidad del Adviento, el "Maranatha" puede ser el grito de la Iglesia que ansía, espera e invoca una nueva venida del Señor. Esposa en vela que anhela y espera al Esposo, mientras no deja de anunciar su venida a toda la humanidad.
Antes de concluir esta breve reflexión, unas palabras de advertencia:
Nos dice la Palabra de Dios <<Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.>>. Romanos 12, 2
El “mundo presente”, la sociedad en la cual vivimos, se encuentra sumergida en la vorágine de las compras, de los regalos, de las ofertas, ya sea para regalar o auto regalarnos, por lo que resulta saludable advertir el peligro que encierra dejarse arrastrar por la fuerte tentación del consumismo innecesario.
No sólo en los países llamados avanzados o con mayor progreso técnico y mejor bienestar material se observa una actitud que puede calificarse de “consumista”; también muchos países pobres o “tercermundistas” se ven afectados por tal fenómeno, incluso dentro de los sectores más bajos económicamente considerados. Por eso no es raro ver a personas de barrios marginados desatender las necesidades básicas de la alimentación y la salud con tal de situarse a la altura de la moda. Lo paradójico es que los países cristianos, como los latinoamericanos estén a la cabeza del consumismo navideño.
La mentalidad y la práctica consumista deshumanizan al ser humano, y cuando el hombre queda al arbitrio de la impresión del momento o del impacto de fuertes emociones, pierde su propia voluntad, deja de ser libre. El Adviento nos invita a meditar respecto a la administración de nuestra propia vida, de nuestra libertad, hasta qué punto somos poseídos por las cosas materiales, hasta dónde perdemos el “ser más” por el “tener más”. Porque, ciertamente, si bien es natural querer tener y tenemos derecho a poseer lo necesario a todo ser humano, a vivir dignamente según nuestra condición de habitantes de este mundo y de hijos de Dios, cuidémonos de perder el juicio frente a la fascinación producida por la propaganda comercial o la exhibición subyugante de todos los artículos que atraen nuestra curiosidad desde los estantes y “vitrinas” de los televisores. En Adviento hay que luchar para no dejarnos cautivar por la aparente luz y real oscuridad del consumismo y materialismo.
La lucha es más difícil si vivimos en un ambiente pagano o seudo religioso como la sociedad consumista. Nadie, por creyente que se crea, está eximido de las tentaciones del consumismo, porque el espíritu materialista no ha sido vencido. Hay que estar vigilantes para resistir las múltiples tentaciones. “Sométanse, pues, a Dios, resistan al diablo y él huirá de ustedes”. Santiago 4, 7 Ahora te doy un sano consejo: Ya que piensas hacer regalos, espero que bien pensados y dentro de tus posibilidades económicas (guerra a las deudas) no te olvides de hacer un regalo a esta Misión, KERYGMA, pues con tu regalo "ora por nosotros y la misión" nos ayudarás a poder seguir llevando la Palabra de Dios hasta los últimos confines de la Tierra. Por nuestra parte, estaremos orando por ti, pidiendo al Dios generoso derrame toda clase de bendiciones para ti y los tuyos en estos preciosos días.
Todos y cada uno de los que servimos al Señor por este medio te deseamos un MUY FELIZ ADVIENTO.
Tu hermano en Cristo Jesús y María del Adviento.
José "Pepe" Alonso