
Unos minutos con Dios.
Santa Lucia, virgen y mártir
Murió, probablemente, en Siracusa, durante la persecución de Diocleciano. Su culto se difundió desde la antigüedad a casi toda la Iglesia, y su nombre fue introducido en el Canon Romano.
Empezamos la oración de la mañana en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia:
Evangelio según San Mateo 17, 10-13
En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?”
Él les respondió: “Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más, yo les aseguro a ustedes que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”.
Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista.
Oración, dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo, de corazón a Corazón, intercede por tu familia ……
Señor, Abre mi corazón a tu gracia. Deseo que entres en el desierto de mi vida para que tu llegada despierte un manantial de agua viva en mí. Todos los días pueden ser días de gracia. Cada día puede traer un nuevo derramamiento del Espíritu Santo y del poder liberador del perdón.
Renueva mi sentido de propósito y misión. Hoy humildemente te entrego todo lo que soy y todo lo que tengo para que lo moldes en lo que siempre habías imaginado para mí.
Perdóname por las veces que he dañado tú plan. Abre hoy mi corazón a tu gracia. Toma las riendas de mi vida y renuévame en tu espíritu. Amén.
Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Cordero, que está en el trono, los conducirá a las fuentes del agua de la vida.» (Ap 7, 17)
Acordaos
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.



