July 16, 2018
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Empezamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Memoria de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, monte en el que Elías consiguió que el pueblo de Israel volviese a dar culto al Dios vivo y al que, más tarde, algunos, buscando la soledad, se retiraron para hacer vida eremítica, y dieron origen, con el correr de los tiempos, a una orden religiosa de vida contemplativa, que tiene como patrona y protectora a la Madre de Dios.
Los orígenes de la Orden del Carmen se remontan al siglo XII, época de cruzadas. Algunos penitentes y peregrinos se asentaron en las laderas del monte Carmelo, en Palestina, de donde viene su nombre: carmelitas. En este monte, según narra 1Reyes 18, el profeta Elías luchó contra los 400 profetas de Baal en defensa de la pureza de la fe en Yahvé, el Dios de Israel. Los peregrinos que hasta él llegaban trataban de vivir de forma eremítica, en imitación del profeta Elías. Con el tiempo, la situación en el lugar se hizo insostenible por la hostilidad de los sarracenos, y la Orden y sus ideales se trasladaron a Inglaterra.
De esta primera mitad del siglo XIII proviene la moción de dar a la Orden una Regla de vida, que tradicionalmente se atribuye al Patriarca de Jerusalén, Alberto Avogadro, y que da como finalidad de la Orden la de vivir en obsequio de la Virgen María, especialmente por su bondad y en sus cuidados de Madre, convirtiéndose así en una Orden mariana. Por esta misma época se une a la Orden san Simón Stock, quien llegó a ser, una vez vuelto a Inglaterra, superior general elegido en el capítulo de 1247.
En los primeros siglos, los carmelitas celebraban como Patrona principal de la Orden a la Virgen bajo advocaciones como la Anunciación o la Asunción, la fiesta principal de la Orden era el 15 de agosto. Pero entre 1376 y 1386, se estableció la costumbre de celebrar una fiesta especial de la Virgen para conmemorar la aprobación de la Regla por el papa Honorio III en 1226. La fecha escogida fue el 16 de julio porque la tradición de la Orden narraba que ese día del año 1256, a san Simón Stock se le apareció en Cambridge, Inglaterra, la propia Virgen María con el famoso «escapulario marrón», y le dijo «Toma amado hijo este escapulario de vuestra orden como símbolo de mi confraternidad y especial signo de gracia para vos y todos los Carmelitas; quienquiera que muera en este prenda, no sufrirá el fuego eterno. Es el signo de salvación, defensor en los peligros, prenda de la paz y de esta alianza».
Sin embargo, la tradición que narra el milagro y las palabras de la Virgen es bastante tardía. El primer testimonio explícito que se tiene sobre el escapulario es recién de final del siglo XVI, de 1592. Los defensores de la autenticidad histórica de la escena aseguran que la promesa se transmitió de manera exclusivamente oral desde Simón Stock hasta los tres siglos posteriores en que la leemos por primera vez.
Se admita o no esa autenticidad histórica de la escena, lo cierto es que el escapulario quedó incorporado a partir del siglo XVII a la vida carmelita, y se difundió también enormemente entre los laicos, no estando la «promesa» como tal excenta de debates teológicos, ya que parece dar una «certeza de salvación» ligada al uso de un objeto, que contradice la doctrina más elemental de nuestra fe que sólo pone su confianza de salvación en la Pascua de Jesús. La Iglesia ha permitido de manera constante el uso del escapulario, e incluso algunos papas lo han promovido, pero siempre interpretando la promesa en terminos espirituales, es decir, no ligando la salvación al objeto como tal, sino a que a través de él se manifiesta el amor a la Madre, y en ella la fe en el Hijo, único salvador.
La Virgen del Carmen es patrona y Generalísima de los ejércitos de Chile, y protege también, como Stella Maris, a los trabajadores del mar.
Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia:
Evangelio según San Mateo 12,46-50
Todavía estaba hablando a la multitud, cuando se presentaron su madre y sus hermanos, que estaban afuera, deseosos de hablar con él.
[Uno le dijo:
—Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablar contigo.]
Él contestó al que se lo decía:
—¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo:
—¡Ahí están mi madre y mis hermanos! Cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy.
Meditación:
El encuentro de María con Jesús en medio de su predicación es un momento importante de la revelación de la identidad del Maestro de Nazaret y de la de su madre, acompañada en este episodio por algunos parientes.
María aparece siempre en el evangelio en comunión con todos, y conduce a la comunión con el Hijo. Ahora bien, el paso desde la fraternidad-familiaridad puramente natural a la espiritual, que María vive ya (como Lucas ha demostrado en su evangelio de la infancia), se vuelve ahora evidente en las palabras del Hijo.
La pregunta retórica de Jesús, consciente de la presencia de su familia natural y de la necesidad de proclamar la novedad de su relación con él en otro ámbito, es por lo menos significativa. Se trata de poner de manifiesto el necesario paso que se ha dado ahora con la nueva familia que el mismo Jesús está formando con sus discípulos: « ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (v. 48). Su respuesta, en una revelación que forma también parte constitutiva de la nueva fraternidad que acontece mediante la acogida de Jesús, de su Palabra, es claramente indicativa: «Éstos son mi madre y mis hermanos» (v. 49). Se ensancha el círculo de los familiares de Jesús, porque supera las medidas del clan y de la familia natural. Y así se establece la nueva relación de consanguinidad que es la vida de la Palabra y, en concreto, el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial.
María, la sierva, la discípula, la madre que se ofrece por completo a fin de que se cumpla la voluntad del Padre, es el ejemplo sumo de esta comunión familiar con Jesús, a través del vínculo de la Palabra escuchada y vivida, como con frecuencia subrayan los Padres de la Iglesia. También el cristiano engendra en sí mismo a Jesús mediante el cumplimiento de la Palabra. Corresponde muy bien a la espiritualidad del Carmelo, toda ella centrada en la escucha, meditación y contemplación de la Palabra, la visión de María que presenta a Jesús sus verdaderos hermanos e hijos suyos, instruidos por ella en el cumplimiento de la voluntad del Padre.
Oración:
Oh, Virgen santísima, Madre del Creador y Salvador del mundo, abogada de los pecadores. Es justo que, después de haber dado gracias a Jesucristo, Hijo tuyo y Redentor mío, por haberse entregado con amor por mí, pecador, y por haberme entregado su santísimo cuerpo, también te dé gracias a ti, Reina celestial, porque de ti tomó la humanidad este Verbo divino, tu Hijo y mi Dios y Creador.
Con humildad suplico tu clemencia, porque eres Reina del cielo y Madre de la misericordia y de este misericordioso Señor, y puesto que de la plenitud de tu gracia reciben de ti redención los prisioneros, consuelo los afligidos, perdón de sus pecados los pecadores; obtienen gracia y gloria los justos, salud los enfermos y grande gloria los ángeles- te suplico que me comuniques tu benevolencia, oh Señora y Madre de la misma gracia y misericordia. Tú, oh Señora, eres la escala del cielo, la estrella del mar, la puerta del paraíso, la esposa del Padre eterno, la madre del Hijo y el tabernáculo del Espíritu Santo, sellada por el Padre con su poder, por el Hijo con su sabiduría y por el Espíritu Santo con su bondad
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: « Cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.» Amén
Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén