September 27, 2019


Para la Lectura Espiritual
¡Cristo! Siento la necesidad de anunciarlo, no puedo callarlo: ¡Pobre de mí si no anuncio el evangelio! Para esto he sido enviado; soy apóstol, soy testigo. Cuanto más lejos está el objetivo y más difícil es la misión, más me siento apremiado por el amor. Debo proclamar su nombre: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Él es quien nos ha revelado al Dios invisible, el primer nacido de toda criatura, es el fundamento de toda cosa. Es el Señor de la humanidad y el Redentor: nació, murió y resucitó por nosotros; es el centro de la historia y del mundo. Él es el que nos conoce y nos ama; es el compañero y el amigo de nuestra vida. Es el hombre del dolor y de la esperanza; es el que ha de venir y un día será también nuestro juez, nosotros le esperamos, es la plenitud eterna de nuestra existencia, nuestra bienaventuranza. Nunca acabaría de hablar de él: él es la luz, es la verdad; mucho más, es el camino, la verdad y la vida. Es el pan, la fuente de agua viva que sacian nuestra hambre y nuestra sed. Es el Pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Igual que nosotros, y más que nosotros, ha sido pequeño, pobre, humillado, trabajador, desdichado y paciente. Para nosotros habló, hizo milagros, y fundó un reino nuevo en el que los pobres serán dichosos, en el que la paz es el principio de la vida de todos juntos.