Unos minutos con Dios.
Empezamos la oración de la mañana en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia:
Segunda lectura 2 Timoteo 4, 6-8. 16-18
Querido hermano: Para mí ha llegado la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento.
La primera vez que me defendí ante el tribunal, nadie me ayudó. Todos me abandonaron. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará salvo a su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Oración, dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo, de corazón a Corazón, intercede por tu familia
Señor Jesús, tu mandamiento de amarnos como tú mismo nos amaste nos hiere el corazón y nos haces descubrir con dolor qué lejos andamos de habernos revestido de tus sentimientos de misericordia y de humildad. Estamos hechos de tal modo que conseguimos pecar incluso cuando nos dirigimos a tu Padre en oración. Ten piedad de nosotros. Danos tu Espíritu bueno. Enséñanos a ponernos a la escucha de su grito inexpresable, que es el único que puede llamar al Padre y obtener la salvación y la paz para nosotros. Amén (SCDE)
Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «“ Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador”. » Amén. Lucas 18,13:
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén
Para las lecturas del día, por favor vaya aquí.
Lectura Espiritual
A decir verdad, hay un tercer personaje, presente en el relato, aunque invisible: somos nosotros. Soy yo, el que ahora lee la parábola. En mi corazón no está ni sólo el fariseo ni sólo el publicano, sino sucesivamente uno y otro, o bien ambos al mismo tiempo. Está el deseo de ser una persona agradable a Dios, una persona que de vez en cuando se cree superior a los otros; vienen, a continuación, momentos en los que, por gracia, se me concede advertir qué lejos ando de los sentimientos de Cristo, y, entonces, ya ni siquiera me atrevo a levantar los ojos al cielo. La vida cristiana es, por tanto -como dice san Pablo-, una lucha, un combate, una carrera para conseguir, con una imploración incesante, llegar a ser dóciles y humildes, llegar a tener en nosotros “los mismos sentimientos de Cristo Jesús”; el cual no vino a aplastarnos con su superioridad, sino a hacerse pobre, pequeño, incluso pecado y maldito, para que nosotros pudiéramos ser justificados. (SCDE)