
Unos minutos con Dios
Memoria de Santos Pablo Miki y compañeros mártires
Pablo Miki, jesuita japonés, fue uno de los veintiséis mártires que, el 5 de febrero de 1597, murieron crucificados en la colina de Tateyama -llamada después «colina santa»-, cerca de Nagasaki, a causa de su fe católica. La evangelización de Japón había empezado con san Francisco Javier (1549-1551) y se había desarrollado gracias a la acción de sus hermanos de religión, hasta el punto de que, en 1587, los cristianos formaban ya una Iglesia numerosa de 250.000 miembros.
Pocos años después empezaron graves dificultades, y el emperador, que al principio había favorecido a los misioneros, decretó la expulsión de los misioneros jesuitas, encarceló a seis franciscanos españoles -llegados entretanto- y a tres jesuitas japoneses. La represión fue dura.
Pablo Miki era hijo de un oficial. Había sido educado en el colegio jesuita de Anziquaiama y en 1580 entró en la compañía de Jesús. Era conocido por la calidad de su vida y por su capacidad de comunicar el Evangelio. Todavía no era sacerdote. Murió crucificado junto a otros veinticinco cristianos: seis misioneros franciscanos españoles, un escolástico y un hermano ¡esuita japonés y diecisiete laicos también de esta nacionalidad. Fueron los primeros mártires del Extremo Oriente inscritos en el martirologio. Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.
"Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzados. Más aún, ¡que crezca! Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.
Expreso este deseo con el espíritu lleno de íntima emoción.
Elevo mi oración al Señor para que la nube de testigos que nos rodea nos ayude a todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por Cristo, por Él, que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy, mañana y siempre (Juan Pablo II, Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, homilía del santo padre, tercer domingo de pascua, 7 de mayo de 2000, passim).
Empezamos la oración de la mañana: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Lee y medita la Palabra de Dios. Si es necesario, léala de nuevo usando tu propia Biblia: Evangelio según Marcos 6, 30-34 En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces él les dijo: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para comer. Jesús y sus apóstoles se dirigieron en una barca hacia un lugar apartado y tranquilo. La gente los vio irse y los reconoció; entonces de todos los poblados fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Cuando Jesús desembarcó, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Oración: dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo de corazón a Corazón; intercede por tu familia… Señor Jesús, tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Tú, que eres el Buen Pastor, guíanos por sendas de vida saciando nuestro hambre más profundo de ti y compadécete también de nosotros. Señor, tu gracia bendita nos ayude a dar testimonio de nuestra fe ante cualquier circunstancia por muy difícil que esta sea, en el nombre maravilloso de Jesús Señor nuestro. Amén Contempla la Palabra de Dios (en silencio, deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy. Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2,20b).Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen.
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«He sido condenado a muerte por haber difundido la noble enseñanza de Jesucristo. No tengo pecado alguno excepto éste. No tengo miedo de decir que he difundido la enseñanza de Cristo. Doy gracias de corazón con inmensa alegría por poder morir crucificado por este motivo. Declaro la verdad ante la muerte: creedme, no hay ningún camino mejor de salvación que el seguido por los cristianos. Soy siervo de Cristo, y le sigo; por eso, imitando a Cristo, perdono a todos los que me han perseguido. No odio a nadie. Dios tenga misericordia de todos. Deseo que mi sangre se convierta en una lluvia de gracias que dé fruto abundante en todos vosotros». Así habló Pablo Miki desde la cruz. Juan Soán, al ver a su padre junto a la cruz en la que había sido atado, se dirigió a él con estas palabras: «Estás viendo, padre, que hemos de preferir la salvación del alma a todo lo demás. Lleva cuidado en no descuidar nada para asegurártela». Y su padre le respondió: «Hijo mío, te agradezco tu exhortación. Y soporta tú también ahora con alegría la muerte, porque la padeces por nuestra santa fe. En cuanto a mí y a tu madre, estamos dispuestos a morir por la misma causa». Juan le dio a su padre su rosario y, haciendo que le quitaran la faja que le cubría la frente, pidió que se la dieran a su madre. Tenía diecinueve años. ¿HOY FEBRERO 6 DE 2021, QUE NOS DICE: A TI Y A MI, EL TESTIMONIO DE LOS HERMANOS MÁRTIRES.?