Unos minutos con Dios.
San Ignacio de Antioquía
En los albores del siglo II fue llevado el obispo Ignacio de Antioquía a Roma para ser devorado por las fieras. Fruto de este viaje hacia el martirio son las célebres siete cartas que el mártir apenas tuvo tiempo de redactar.
Son cartas escritas con sangre, verdaderos trozos de existencia, que contienen el grito ardiente de un místico que anhela el martirio. A nadie se le escapa la importancia única de este impresionante diario del alma.
Aunque recientemente algunas voces aisladas han intentado mellar su autenticidad, la inmensa mayoría de los estudiosos la han reafirmado con argumentos válidos. Las siete cartas de Ignacio nos han conservado, mejor que cualquier historiador, los rasgos vivos y luminosos de una de las personalidades más sobresalientes y vigorosas del cristianismo primitivo.
Empezamos la oración de la mañana en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia:
Evangelio según San Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”
Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.
Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.
Oración, dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo, de corazón a Corazón, intercede por tu familia…
Amado Señor Jesús, permíteme estar atento a la escucha y llevar en mi corazón tu Palabra para no pecar contra ti y así aprenda a ser una persona desprendida de los bienes pasajeros que hacen que mi corazón se haga egoísta y esclavo de lo material.
Ayúdame, Señor con tu Gracia a no caer en la codicia, la codicia de poder, de reconocimiento, de ser el más querido, de querer ser el mejor, de buscar continuamente el placer, de hacer muchas cosas, porque la felicidad no viene a través de los bienes, sino de amarte, y adorarte con todo mi corazón a ti mi Señor y mi Dios. Amén
Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy.
Repite durante el día y vive la invitación de san Ignacio: «Ama la unidad, huye de las divisiones, sé imitador de Jesucristo» Amén (A los filadelfios, 7, 2).
Tomad, Señor y recibid
toda mi libertad
mi memoria, mi entendimiento
y toda mi voluntad
Todo mi haber y mi poseer
vos me lo disteis
a vos Señor lo torno
Todo es vuestro
disponed a toda vuestra voluntad
Dadme vuestro amor y gracia
que ésta me basta
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