Hechos de los Apóstoles 5,27-33.

April 12, 2018

Libro de los Hechos de los Apóstoles 5,27-33. 

Los guardias hicieron comparecer a los Apóstoles ante el Sanedrín, y el Sumo Sacerdote les dijo:  "Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!".  Pedro, junto con los Apóstoles, respondió:Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.  El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo.  A él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados.  Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen".  Al oír estas palabras, ellos se enfurecieron y querían matarlos.  Reflexión: Es el cuarto discurso de Pedro, también delante del Sanedrín. En él responde a la doble acusación de haber desobedecido la prohibición terminante de «enseñar en nombre de ése» y haber hecho a los notables del pueblo responsables de la muerte de Jesús. Es preciso señalar la alergia que sienten los miembros del Sanedrín hacia «el nombre de ése», nombre en torno al cual se está llevando a cabo el giro decisivo. Las características de este breve discurso pueden ser resumidas de este modo: en primer lugar, Pedro reafirma el deber de someterse a Dios antes que a los hombres, porque sólo a quien se somete a Dios se le concede el Espíritu Santo (v 32). En segundo lugar, a Jesús se le vuelve a llamar, una vez más, «Príncipe» (o autor o iniciador) y «Salvador». Jesús es el nuevo Moisés que guía al pueblo hacia la liberación y la salvación. En tercer lugar, la obra propia y originaria de este Príncipe y Salvador consiste en «dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados». Se trata de una alusión a Jeremías: «Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (31,33). Gracias a Jesús, Príncipe y Salvador, han llegado los tiempos de este don sublime. Por último, el Espíritu Santo es el garante de la autenticidad del testimonio tanto en favor de la vida nueva como de la certeza y el valor que infunde y de los prodigios que realiza. La reacción, de rabia, es preocupante: tras la eliminación física del Nazareno, se piensa también en la de los apóstoles. Todos los discursos de Pedro concluyen con la promesa de la remisión de los pecados para aquellos que se conviertan. La obra de Jesús se presenta aquí como la del iniciador y salvador destinado a dar a Israel la gracia de la conversión y de la remisión de los pecados. Esto nos hace pensar: ¿por qué este tema está desapareciendo de la predicación y de la conciencia de no pocos cristianos? Presentar la salvación como perdón de los pecados está, por lo menos, fuera de moda. No se usa mucho. Sin embargo, para quien tiene el sentido de Dios, para quien se da cuenta de la importancia decisiva que tiene estar en comunión con él, para quien siente la experiencia de la tragedia que supone estar lejos de él, para quien se toma en serio el hecho de que, en definitiva, lo que cuenta es estar en amistad y en comunión con Dios, el perdón de los pecados se presenta como el hecho decisivo de la vida. ¿Quién no es pecador? ¿Quién no tiene necesidad de perdón? ¿Quién es más «salvador» que aquel que, al perdonar, restablece la amistad con Dios? Presentar la obra de Jesús como ligada al perdón de los pecados, significa presentarla como la de alguien que restablece la comunión filial, amistosa, tranquilizadora, beatificante, con Dios. Ese es el inicio de cualquier otro bien mesiánico. ¿Qué se puede construir sin este fundamento? Estar lejos de Dios, sentirnos no aceptados por él, sentirnos ajenos a nuestro origen y a nuestro fin: ¿se puede llamar a eso vida? Por eso anuncia Pedro a Jesús como alguien que ha sido exaltado por Dios con el poder de ofrecer el don del restablecimiento de la amistad entre el angustiado corazón del hombre y el ardiente corazón del Padre. Reflexión personal: Pedro, junto con los Apóstoles, respondió:Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. ¿Como responderias? Oración: Dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo, de corazón a Corazón. Enséñame, Señor, por la acción de tu Espíritu Santo, a tener siempre la disposición de obedecerte; que mi corazón tenga esa tendencia natural de buscar lo que es correcto a tus ojos y de descubrir tu querer. Mi vida te pertenece, Dios mío, por eso te pido tu gracia para vivir siempre conforme a tu voluntad. Amén Repite con frecuencia: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.» (Hechos 5, 29). Amén

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