Unos minutos con Dios.
Empezamos la oración de la mañana en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia:
Evangelio según San Marcos 1, 7-11
En aquel tiempo, Juan predicaba diciendo: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
Por esos días, vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él. Se oyó entonces una voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias”.
Oración, dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo, de corazón a Corazón, intercede por tu familia ……
Gracias, Jesús, por mi bautismo.
Gracias porque estar habitado por ti es todo un tesoro.
Tú, Jesús, pones color a mis grises rutinas.
Tú llenas mis soledades de presencia.
Tú fortaleces mis fragilidades.
Tú sacas siempre de mí lo mejor que hay en mí.
Tú cambias mis egoísmos en generosidad.
Tú transformas mis resentimientos en perdón.
Tú conviertes mis prisas en sosiego,
Tú elevas mis relaciones a la categoría de encuentros.
Tú, Jesús, transformas mis intolerancias en aceptación.
Tú envuelves mis miedos en confianza y fortaleza.
Tú das sentido a mi trabajo, convirtiéndolo en misión.
Tú acompañas cada minuto de mi vida,
para que pueda hacerse realidad lo que sueñas para mí,
que tenga una vida plena y feliz.
Gracias por incluirme en tu Iglesia,
para juntos construir tu Reino. Amén
Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «“Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias”» Amén.
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Para las lecturas del día, por favor vaya aquí.
Reflexión
La fiesta del Bautismo del Señor finaliza el ciclo de la Navidad. Jesús baja a las aguas del Jordán para santificarlas y, de esa manera, darnos acceso a la vida divina. Con ese gesto anuncia también su muerte y descenso al sepulcro, así como la vida nueva que nos traerá con su resurrección. Señaló Benedicto XVI:
«El Bautismo es, por decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y sentirnos amados por él».
En esta escena está resumida su misión. También en la sorpresa de Juan, que se sabe indigno hasta de desatarle la sandalia. Algunos comentaristas señalan que con esa expresión se alude al misterio de la encarnación. Juan anuncia a Cristo, pero el misterio de su grandeza le queda oculto. No puede desligar la correa, es decir, no puede ir más allá de la carne que ve ante sus ojos, pero, sin embargo, se estremece lleno de humildad y reverencia, porque intuye la grandeza de Cristo.
Es, tras el bautismo, cuando se oye la voz del cielo que lo anuncia: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco». Al mismo tiempo, la humanidad de Jesús es ungida por el Espíritu Santo. Por ese signo se nos anuncia que, a través del cuerpo de Jesús, se va a derramar sobre nosotros el amor de Dios, que tiene la fuerza de purificarnos y de transformarnos interiormente.
El Catecismo indica que los sacramentos «son las obras maestras de Dios». A través de ellos, se nos comunica la gracia, la vida de Cristo. San Gregorio de Nisa utiliza una bella comparación. Dice que Cristo es como una fuente de la que brota el agua que nos limpia y de la que podemos beber, de manera que llegamos a identificarnos con ella:
«En efecto, es la misma y única nitidez la que hay en Cristo y en nuestras almas. Pero con la diferencia de que Cristo es la fuente de donde nace esta nitidez, y nosotros la tenemos derivada de esta fuente». De esa manera, a través de los sacramentos, nos vamos identificando con Cristo y nuestra vida puede manifestar la potencia de su amor. Cristo se «identifica» con los pecadores para poder identificarnos con Dios.
La escena del Evangelio nos muestra la manera de acercarnos a los sacramentos. Estos requieren humildad. Jesús se introduce entre los pecadores que acudían a Juan con un deseo sincero de conversión. Pero cuando surge del agua, se manifiesta su realidad: es el Hijo amado del Padre. Viene de la intimidad de Dios y quiere acercarse a lo más profundo de cada uno de nosotros para que vivamos también en la intimidad de Dios.
De alguna manera en los sacramentos nos hemos de abajar para reconocer a Jesús escondido en el signo humilde del agua, del pan y del vino, del aceite, de la confesión… En la pequeñez, por la fe, encontramos a Cristo. Entonces también desciende sobre nosotros la gracia del Espíritu Santo.
Por el bautismo somos hechos hijos de Dios en Cristo. Por él tenemos acceso al Padre. El Evangelio nos muestra que la cercanía a Dios lleva a la cercanía a los hombres. A imitación de Jesús, con la fuerza de su gracia y la potencia de su amor, estamos llamados a vivir la misericordia, para que la unción del amor de Dios pueda llegar a todos los hombres.
crédito (David Amado Fernández) Magníficat