Unos minutos con Dios.
Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
La Iglesia, tras celebrar la dicha de los bienaventurados en el cielo, se dirige al Señor en favor de los que nos han precedido con el signo de la fe y de todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe solo Dios conoce, para que, purificados de todo pecado, puedan gozar de la felicidad eterna.
Empezamos la oración de la mañana en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lee y medita la Palabra de Dios, si es necesario léala de nuevo, usando tu propia Biblia:
Lectura Según el Evangelio de San Juan 6, 37-40
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’.
Oración, dedica unos minutos a tener un diálogo espontáneo con Cristo, de corazón a Corazón, intercede por tu familia ……
Al que viene a mí yo no lo echaré fuera. (Juan 6, 37)
En la fiesta que celebramos hoy, recordamos a nuestros “fieles difuntos”. Este término puede sonar demasiado lejano e impersonal. Pero la muerte de un ser querido es cualquier cosa menos lejana. Ellos son nuestros esposos o esposas, nuestros padres, hijos o amigos. Ellos son nuestros amados difuntos, y nuestro sentimiento de pérdida puede ser realmente profundo. Podríamos sentir como si hubiéramos perdido toda conexión con ellos y, en nuestro dolor, incluso podemos dudar de la bondad de Dios.
Esa es la razón por la cual la fiesta de hoy es un don, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos que ya han muerto. La conmemoración de todos los fieles difuntos nos recuerda que, debido a nuestro Bautismo, somos miembros del Cuerpo de Cristo. A través de Jesús, estamos eternamente unidos con todos nuestros hermanos, tanto vivos como muertos. Por medio de nuestras oraciones, podemos ayudar a aquellos que se han ido primero que nosotros y que ahora están siendo purificados (CIC, 958, 961-962). Y mientras rezamos por ellos, nuestra propia fe puede hacerse más fuerte.
En el Evangelio de hoy, Jesús hace una promesa maravillosa: “Al que viene a mí yo no lo echaré fuera” (Juan 6, 37). Su misericordia es tan grande que, si acudimos a él con una fe humilde y un arrepentimiento sincero, él nos purificará y nos sanará, sin importar lo que hayamos hecho, ¡qué consolador! En esta promesa, encontramos el valor de rezar para que nuestros seres queridos experimenten esta curación, aún después de la muerte. No solo eso, encontramos la valentía para confiar en que el Señor que los recibe también nos recibirá a nosotros.
Hoy, rezamos por todos aquellos que ya han muerto, para que el amor santo y perfecto de Dios continúe purificándolos y que así puedan unirse plenamente al Señor. Como lo escribió el Papa Benedicto XVI, que puedan “llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa del banquete nupcial eterno” (Spe Salvi, 46). Que nada sea un obstáculo para ellos: Ni el pecado, ni el temor o la vergüenza ni las heridas de los pecados de otros. Que nada los aleje de Jesús y su amor sanador.
“Señor, ten misericordia de nosotros, pecadores.” Amén (Extracto de LPEN)
Contempla la Palabra de Dios (en silencio deja actuar en ti al Espíritu de Dios). Actúa y conserva la Palabra en tu vida hoy.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.» Amén (Juan 11, 25-26)
Oración por nuestros difuntos
Señor, Maestro Bueno,
recibe en tu paz a los que mueren, especialmente a aquellos
con quienes estamos ligados por la justicia y el amor:
nuestros parientes, bienhechores, hermanos de comunidad y amigos.
Te pedimos por las personas que en el mundo tuvieron mayor responsabilidad:
los sacerdotes, los gobernantes de las naciones, las autoridades religiosas,
las personas consagradas a tu servicio.
Te pedimos también por los que mueren abandonados sin la asistencia sacerdotal,
y luego son olvidados por todos.
Por las víctimas de los accidentes de tránsito, por los suicidas,
y los que mueren a causa del odio entre los hermanos.
Por los niños inocentes, cuyas vidas fueron cercenadas antes de nacer.
Te pedimos por todos aquellos que se entregaron con un amor grande
a Ti y a los hombres.
Jesús Maestro, recíbelos pronto a todos en la felicidad de tu Reino,
por mediación de María. Amén