August 31, 2018

Carta I de San Pablo a los Corintios 1,17-25.
17 Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia humana, para que la cruz de Cristo no pierda su eficacia.
18 El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios.
19 Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes.
20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad?
21 En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación.
22 Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría,
23 nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos,
24 pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos.
25 Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.
Meditación:
Pablo no ha sido enviado a bautizar, sino a evangelizar (v. 17). Al decir esto, no pretende infravalorar el bautismo; sólo insiste en que su vocación -lo que realiza su identidad en el proyecto divino- es la predicación del Evangelio. Bautizar en el nombre de Jesús sin dárselo a conocer al bautizado es un absurdo. Por otra parte, en el orden cronológico y de la gracia, la predicación precede a la fe y, por consiguiente, al bautismo (Rom 10,14ss). Ahora bien, ¿cómo predicar a Jesús?
Pablo no lo hace con discursos de elocuente y penetrante sabiduría. Es posible que Pablo escriba aquí bajo la impresión del reciente «fracaso» de su predicación en el areópago de Atenas. La experiencia ha reforzado su convicción: predicar significa anunciar a Cristo crucificado, el único que nos da la salvación. La Palabra de Dios, sobre todo «la Palabra de la cruz», es en sí misma viva y eficaz (cf. Heb 4,12), no tiene necesidad de apoyo humano; es más, la sabiduría humana corre el riesgo de oscurecerla, de amortiguar su fuerza cortante. Pablo, citando el Antiguo Testamento y usando su arte retórica, insiste en lo que para él tiene una importancia decisiva. Cristo crucificado es «escándalo» para los judíos, por el hecho de que, por haber sido colgado del madero, era alguien sobre el que recaía la maldición de la Ley (Dt 21,23), y «locura» para los paganos, en cuanto que a éstos les repugnaba una divinidad que se hubiera dejado crucificar. Ahora bien, precisamente a través de la cruz es como Dios manifiesta su poder. Los cristianos, procedentes tanto del judaísmo como del paganismo, en cuanto «llamados» por Dios a la fe, deben sintonizar con la lógica divina y vivir según la sabiduría de la cruz que según la humana.
Oración: Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén.